Egun on kukuoyentes de esta emisora imaginaria. A mi pesar, en esta nueva entrega de la sección “filetazos” el protagonista soy yo. No la publiqué en su día por no alarmar a la familia innecesariamente y ahora que ya lo saben podéis conocer también la historia.
Bien,
situémonos. Hace poco más de un año me encontraba en Indonesia, en Bali
más concretamente. Con mi moto, bañata, escarpines y mi casco
Gath especial para surf, me dirigí a ese templo; a ese santuario del
surf que es Uluwatu. Aparqué la moto en la cuneta, evitando vendedores y
espontáneos gorrillas.
Pese
a la sobrepoblación de surfers que soporta esta ola, sigue teniendo una
elegancia, potencia y encanto mágicos. Su acceso, una larga escalinata
descendiente por la montaña habitada por los traviesos y semihumanos
monos. Atravesar los negocios del fotoego y camisetas. Sumada a un
descenso final a través de esas paredes de roca que forman la gruta de
Uluwatu que la hacen si cabe, aún más misteriosa.
Al
salir a la mar desde la cueva, la corriente te desplaza con fuerza
hacia la derecha, (algo que tienes que tener en cuenta al salir, hay que
cuadrar la corriente con la entrada a la cueva; si te pasas, vuelta a empezar). Tienes que rodearla y
remar con paciencia y firmeza hacia alguna de sus múltiples secciones.
Elegí la mía.
La sesión empezó bien. Sin embargo aún era una de mis primeros baños allí. Agarrré dos olas. Y la tercera me marcó.
Aquí
en casa tenemos la costumbre de buscar enseguida la parte alta de la
ola para ganar velocidad. Creo que en esa sección cometí un error grave.
Surfeaba de espaldas una ola de un metro pasado bombeando arriba y abajo. Justo en un momento del
bombeo en el que subí demasiado, el grueso y violento labio cerró
proyectándome hacia el reef.
El
resultado fue una herida abierta en mi mejilla-nariz y otra en la ceja.
La tabla se volteó y el primer impacto fue con mi cara sobre las
quillas. Pum! Un golpe seco y fuerte. La sangre sobre mi tabla, la cara
espantada de un surfista al verme..no eran
buenas señales. Me sumergí y el agua salada paró el borboteo de líquido
vital. Remé hacia la cueva.
-Oh fuck! (joder!). Dijo un surfer al ver mi cara. –Oh sorry, I didn’t mean to say that (lo siento, no quería decir eso).-añadió.
Me
encontraba bien. No estaba mareado. Le pregunté donde estaba el
socorrista. Me lo indicó. Empecé a caminar. Tras unos pasos, miré sobre
mi hombro. Mi acompañante había desaparecido.
El socorrista hizo una mueca al verme. –Vaya, me estáis tranquilizando un huevo entre todos- pensé.
Me
echó un poco de yodo en la herida y un parche básico. -Go straight to
hospital (vete directo al hospital)- me dijo. Le pregunté si estaba
cerca y me dijo que si. El segurata del parking me dijo que estaba a 15
km.
Pillé
la moto y conduje hasta mi home stay (pensión). Pedí un taxi a la
dueña. Llegó mientras me cambiaba y pillaba pasta. No quise levantar la
gasa para evitar que la herida volviera a sangrar. Iwan fue el taxista,
un miembro de la familia de la pensión.
Llegué
a la clínica de Jimbarán y allí me atendió un doctor indonesio de
sesentaypico años. Habían pasado ya más de dos horas desde el accidente
hasta que empezaron a coserme. Estaba algo rayado porque el único
"espejo" que había tenido habían sido las caras de los otros surfistas y
el socorrista. No sabía cómo me iba a quedar la cara...
Mi
intuición me hizo confiar en aquél médico. Pensé que estaría aburrido
de coser surfistas y seguramente harto de que turistas prepotentes.
Lejos de casa, me puse en sus manos. La operación fue larga, en una zona
dificil de coser. Más tarde vinieron dos viajeros con los que compartía
días entonces, a ver cómo estaba.
Comencé
a practicar las técnicas de respiración que había aprendido en yoga.
Funcionaron. Me tranquilicé. El producto final fueron 10 puntos en la
nariz hacia la mejilla y 3 más en la ceja. Iwan esperó allí todo el
tiempo. Me llevó de regreso a casa y cuando le pregunté cuánto le debía
me respondió: -Nada, estabas enfermo. Esta respuesta me conmovió
profundamente en medio de la vorágine comercial de Bali. Reflejó el
verdadero espíritu y bondad de los balineses. Evidentemente le pagué la
carrera. Me había sentido arropado por gente que apenas conocía.
El
golpe había sido fuerte pero era solo eso, un corte. No había roturas.
Me pasé 10 días fuera del agua sacando fotos como loco. Pero había
cogido miedo. De tal forma, pensé que la mejor manera de desprenderme de
él era regresando a Uluwatu. Así lo hice y todo fue bien. Hice las
paces con Ulu's.
Al
volver a casa he pasado por "chapa y pintura" y me he revisado la vista
y los oídos. El sol australiano me quemó un poco el ojo izquierdo. Sin
embargo, en esta revisión descubrí que en
el ojo en el que no notaba nada malo, tenía dos desgarros en la retina.
Algo serio si no se trata a tiempo. Posiblemente fueron provocados por
aquél golpe en olas indonesias. Quizás fue en otra ocasión donde me
llevé un golpe fuerte en la cara hace años patinando. Igual una suma de
los dos. Un tratamiento con láser y todo sigue en su sitio.
Así
que este ha sido mi filetazo particular. Recordad que el surf es un
deporte extremo y que las tablas pueden ser peligrosas, incluso las
vuestras. Pensad en la gente que está en el agua dos veces antes de
tiraros a una ola. Primero un vistazo y sino hay nadie delante, a tope!
Ondo ibili kukureaders! que tengáis una feliz semana.
3 comentaris:
Sin duda, cada cicatriz es una historia. Muy bueno
A seguir cuidandose! jeje
un saludo
Kukurustan, con ese tajo podrías entrar en esa conversación de la película "Tiburón" en donde, todo mamados, algunos hombres cuentan las historias de sus cicatrices. Tu rostro de boxeador navarro los callaría a todos.
Hoy llamo a Donosti a una buena amiga para que me diga algo sobre esos talleres que me comentabas.
Besarkada aundi bat!
Grácias por leer Marinero, no te pierdes una amigo, jeje, saludos.
Willy, me encantan las historias de tiburones y esa escena es muy buena. Grácias por leer y por la llamada.
Besarkada haundi haundia bat.
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