6:00 am. Parque Nacional en el Sur de Australia. Huellas de canguros en las dunas. Los delfines vinieron a surfear con nosotros esa mañana. Me sentí afortunado. |
Egun on kukuoyentes de esta emisora imaginaria.
Aquí os dejo el último artículo de la sección "Un año al ritmo de las olas" que he publicado en la revista 3sesenta. En esta ocasión para el Especial Viajes. Corresponde a la última etapa del viaje, sin duda una de las más intensas del mismo y la llegada a casa.
Sin duda volvería a subirme a aquél primer avión que me llevó a vivir tantas maravillas. Estos cinco artículos más el especial foto (ver etiqueta 3sesenta a la derecha) serán sin duda, un recuerdo precioso con el paso del tiempo.
Ha sido un honor publicar tanto mis textos como fotografías junto a tanta gente con tanto talento. Además, un ejercicio de disciplina que me ha llevado a esforzarme, a sumergirme en el lenguaje y recoger las palabras adecuadas para llevároslas a vosotros. De esta manera he intentado llevaros conmigo. Desde aquí, darle las grácias a Felip por poco antes de emprender el viaje, ofrecerme esta bonita oportunidad.
Mi casita indonesia a 40 metros del mar. Diálogo constante con la ola. |
Estación de tren de Jogjakarta. El volcán Merapi en erupción, la ciudad cubierta en cenizas. Prisa por marchar. |
Canoa polinesia llamada Va'a. Me marchaba de aquella isla remota en ese viejo ferry con la mochila llena de olas y aventuras. |
Un globo terráqueo iluminado por una cálida luz anaranjada en la esquina. Una pila de diarios junto a este que escribo ahora. Un mapa de Tahiti y otro de Margaret River. Un permiso internacional para conducir que se cae a pedazos sobre ellos. Mi cámara reposa exhausta en aquella butaca. Mis zapatillas están trilladas; sin embargo lo han conseguido, han dado la vuelta al mundo.
Y yo aquí, en este
escritorio. Mirando por la ventana recientemente aterrizado como si viniera del
planeta k-pax. A través de esa ventana pasan la gente y los coches. La gente de
Donostia. He llegado a casa tras vivir el año más intenso de mi vida. Estoy aún
asilvestrado. Y espero que me dure. Pero aún os debo el relato de mi última
etapa de mi viaje. Nunca se me ocurrió que esta me depararía algunas de las
experiencias más remarcables de esta aventura.
Planeo hacia el pasado en mi mente y aterrizo en Raglan.
Allí, tras una noche de despedida y unos vinos con compañeros viajeros y mi
amigo maori Steve, me subo al pick-up de un currante surfista que se dirige a
Auckland y se ha ofrecido a llevarme. Las tablas van detrás y serpenteamos por las carreteras comarcales
de Nueva Zelanda. Este país es muy curioso. A veces me recuerda a la Europa
rural. El día es soleado y me siento afortunado. Me voy a Tahiti.
Salto de la camioneta en el aeropuerto. Voy con mucho tiempo
de antelación. La chica del mostrador es maori. Es de mi edad y creo que se
fija en mi Ta-moko (tatuaje maori) en mi brazo. Le caigo bien. Está embarazada.
Bromeamos. Me da salida de emergencia, ventanilla y ningún problema con mi gran
bolsa con dos tablas y ropa, harpón, neopreno, casco, etc..
El enorme policia que revisa el pasaporte, también maori, se
sorprende al ver mi brazo abriendo los ojos y la boca. Me pregunta si vine a
recibir el Ta-Moko. Muy simpático, intercambiamos impresiones, me hace algunas
preguntas y amablemente me desea un buen viaje.
Me subo al avión y mi buena racha continúa. A mi lado se
sienta David, ex trabajador de la compañía recién jubilado. Nos sirven
champagne (en turista) y nos colman de atenciones. Y solamente por estar sentado
a su lado!
El vuelo es bueno, sin embargo me preocupa cómo llegar a la
pensión. Con mi gran bolsa, a las dos de la madrugada, en un lugar tan caro
como Tahiti. Desembarcamos y la sensación de calor me abraza. Viniendo del
invierno kiwi es muy agradable. Dos músicos nos reciben cantando a pleno pulmón
tocando el ukelele. Algunos pasajeros
tahitianos cantan a su vez la misma canción celebrando la llegada. Le veo a
David, me presenta al amigo que le ha venido a buscar y nos despedimos. Me indican donde tengo posibilidades de que
pase algún taxi.
Recojo mis tablas y las arrastro hasta el borde de la
carretera. Noche cerrada. 15 minutos. Ni un solo taxi. De pronto veo pasar un descapotable azul. Da
la vuelta y se para junto a mi. Son David y su amigo, las dos locas pasados los
cincuenta. Ni a mi se me ocurriría la posibilidad de meter semejante bolsón en
un descapotable nuevo y con tan poco espacio, pero me dicen:-venga, te
llevamos! Cómo te vamos a dejar ahí?- increiblemente lo conseguimos, atravesamos
Papeete y tras varias vueltas encontramos la pensión que había reservado. Les
doy las gracias y nos despedimos. Una llegada realmente pintoresca.
Recuerdo que durante la última semana en Raglan se murió el
doctor del pueblo. Era un hombre maori muy mayor y muy querido. Todo el pueblo
acudió al Marae (casas maori de reunión) para honrarle en un día soleado. Muchos
coches desfilaban en procesión del Marae al Club del pueblo. Uno de esos días
conocí a un surfer de algo más de cuarenta años mientras obsevaba los longboard
de Raglan surfboards. Este hombre parecía saber mucho de surf y resultó haber
sido el director de la Stormrider Guide Europa. Había vivido un año en
Hossegor.
Intercambiamos vivencias y durante la conversación surgió mi
viaje a Tahiti. Al saber que viajaría solo, marcó su dedo en el mapa y me
sugirió hacia donde dirigirme. Asímismo, me dio varios consejos para
aproximarme a las olas polinesias, y en concreto a sus locales:
Tim dice:
-
Siéntate abierto. Espera. No molestes. Muestra
sumisión (mirada baja).
-
Estate extremadamente tranquilo en todo momento.
-
No te muestres demasiado interesado en nada a no
ser que te pregunten.
-
Y si te dan una oportunidad para reir, tómala.
-
Levántate muy temprano por la mañana y se el
primero. Tan pronto como se empiece a llenar vuelve a tierra. Plantéate surfear
tarde otra vez. Evita los momentos más obvios para surfear.
Confié en Tim.
Los primeros días los dediqué a hacer reconocimiento por
Papeete, una de mis partes favoritas nada más llegar a un lugar nuevo a mis
sentidos. Localizar las playas, ir al mercado, hacerme con un mapa, situarme,
localizar transportes, hablar con los locales, comparar precios y planear el
siguiente paso. Cuando salí de la
pensión por la mañana me quedé impresionado por la altura de las montañas, los
verdes e imponentes volcanes.
El circo estaba ON en Teahupoo. Sin embargo era fin de
semana. Eso significaba pagar un pastón para bajar allí ya que no hay buses
esos dos días. Hubo varios días de lay-day ya que esperaban un swell monstruoso.
Los taxi-boat que te llevan a ver la ola durante el campeonato cobran por manga
alrededor de 60 euros. Y esta cifra aumenta o incluso se duplica para ver la
final.
Me habría gustado verlo claro, pero decidí ir a por mis olas
y encaminarme hacia aquella pequeña isla que mi inesperado guía de NZ me
indicó. Iría a visitar Teahupoo cuando hubiera pasado el show.
Dejé lastre en la pensión a cambio de unos billetes. Volvería
allí antes o después. Me llevé lo imprescindible. Fuera del circuito comercial y de lunas de
miel, me vi siendo el único blanco en un muelle industrial frente a un mercante
azul digno de una película de Indiana Jones. Viejo, oxidado y sin espacio
reservado a pasajeros, auténtico. A mi lado, familias polinesias con niños,
algunos muy pequeños, esperando para subir a este ferry que recorre infinidad
de islas. Humanidad. Ojos isleños. La mayoría somos polizontes, viajeros
ilegales. A mi lado, una mochila y dos tablas comprimidas en una funda.
23.8.11. Papeete.
Me encuentro a bordo del ferry a punto de zarpar. No estaba seguro de
si podría subir, ya que oficialmente solo pueden llevar a 10 personas aparte de
la carga; vamos a tope de congelados, coches y todo tipo de objetos para otras
islas. He hablado con el capitán y se ha enrollado; otros 20 y yo hemos entrado
de estrangis tras el control. Zarpamos! Me he hecho colega de Robert, el
cocinero y me ha dejado acomodarme en el comedor junto a la cocina. Hay unos
asientos “cómodos”. Lleva una gorra de
Top Gun.
Estaba adormilado. He abierto un ojo y he visto un par de cucarachas
rondando. Todo el mundo duerme, en los asientos, en el suelo, en la cubierta..
Salgo afuera y veo la vía láctea cruzando de babor a estribor. El barco va
fino, la noche es cálida. Una estrella fugaz me saluda. Elementos bioluminiscentes
brillan en el agua. Vamos con un vaivén muy suave.
Llegué de madrugada y en la pensión, debido a un
malentendido no me esperaban. Tras mucho llamar tuve que dormir en la calle. Me
monté un chiringuito con la funda de las tablas en la terraza del bar y dormí
hasta el amanecer. Me levanté con un brazo dormido y no pude articular palabra
ante lo que vieron mis ojos. Estaba justo en frente de la laguna, a 15 metros
del agua. El verde de aquél paraíso volcánico se inclinaba hacia un acuario
cristalino. Los pájaros, los peces. El reef al fondo y una preciosa izquierda
llamando mi atención. Ese color del agua..No me lo podía creer.
Eran las 6 de la mañana y ya había mucho movimiento. Recogí
algunas botellas de cristal de esa pequeña playita junto al muelle y las llevé
a la papelera. Llegó la dueña de la pensión y me apresuré a quitar mis tablas
de la vista. Es un grave error tomar a los locales polinesios a la ligera. El
localismo allí es algo muy serio. Y en Papeete escuché historias muy macarras
de esta preciosa isla: robo de tablas al finalizar tu estancia, cámaras con
fotografías de sus olas que nunca vieron la luz al terminar en el fondo del
reef..me lo iba a tomar con mucha mucha calma.
Al llegar no lo sabía, pero cada uno de mis movimientos iba
a ser observado y juzgado. Seguí los consejos de Tim y a mi intuición. Aprendí
a saludar y a dar las grácias en el idioma local. La tensión entre polinesios y
franceses es muy palpable. Las ansias de independencia y heridas profundas en
la historia, como las pruebas nucleares entre los 66 y 96 (193 tests ). Además
los habitantes de esta isla fueron algunos de los que presentaron batalla a los
colonos. Son guerreros.
Procuré recoger siempre algo de basura de la playa; siempre
lo hago, me gusta dejar la playa un poco más limpia de lo que me la encuentro,
pero me aseguré de que me vieran hacerlo. No entré al agua a saco, esperé mi
oportunidad. Y llegó en forma de australiano. Su madre vive allí casada con un
polinesio y él a base de años de visitas y paciencia se ha ganado su sitio en
el pico.
La derecha.
Yo había salido a leer un libro y observar la situación y él
llegó en su bote. Buscaba un surfista que le acompañara a hacer body-surf ya
que las corrientes en el canal del reef son muy peligrosas y una vez este
excelente bodysurfer casi se perdió en el océano para siempre. La mar estaba
subiendo. Me fui con él.
Y tras cruzar la laguna
en aquél bote de aluminio por fin apareció ante mi el poder de una ola azul
turquesa que tantas veces había visto en revistas y que dudaba si realmente
existían. Allí lo tenía, frente a mis ojos, sobre el reef. El paraíso,
custodiado por humanos, no por ángeles, pero el paraíso.
Una derecha en curva, un bowl de metro y medio rompiendo muy
seca y rápida. Y no había nadie. Mi nuevo colega body-surfer y yo. Y fue la
sesión más intensa de todo el viaje. Una mezcla de miedo y adrenalina. El
hombre que este amigo australiano llevó hasta el pico no fue el mismo que
regresó a tierra. Nunca olvidaré aquella sesión que duró casi dos horas. No
podía quitarme la sonrisa de la cara. Ni quería. Ahora se me dibuja de nuevo al
recordarla.
La izquierda.
La mar subió demasiado. Se desfasó. Esperé.
29.8.11
Hoy he surfeado con una ballena jorobada. Por primera vez he cruzado la
laguna remando. Ella y yo solos. Eran las 7 de la mañana. A mi izquierda la ola,
a mi derecha la ballena. Glassy. Un metro limpio. Me he sentido como si me
estuviera comiendo una tarta de chocolate yo solo. Una ola transparente sobre
un acuario salvaje y libre. Corriendo sus paredes me he sorprendido mirando al
fondo y su variedad de cuevas en el reef, piscinas turquesa de agua salada. La
ballena ha estado tumbada tranquila a unos 30 o 40 metros de mí durante media
hora, soltando algún chorro de vez en cuando, respirando poderosamente. Si el
cielo existe debe de ser un lugar muy parecido a este.
Pasaron los días. Exploré la isla. Tuve mucho cuidado a la
hora de sacar fotografías. Si veía mal rollo me metía en la pensión. Un día
presencié una pelea muy bestia en el muelle. Intenté hacerme invisible. Surfeé
cada mañana temprano. Leía, cocinaba, practicaba yoga, observaba. Me iba a
bucear por el jardín de coral. Morenas, peces loro, payaso, escorpión,
tortugas..cada vez disfrutaba más con las inmersiones; bajar al fondo,
agarrarme al reef y dejar que los peces me rodearan. Aguantar la respiración
cada vez más me resultaba un tipo de meditación renovador. Me fascina el fondo
marino. Saqué mi billete en otro ferry de vuelta con antelación. Pero no le
dije a nadie cuando me marchaba ya que temía que alguien intentara robarme las
tablas en el último momento.
A modo de ofrenda regalé 3 pastillas de parafina y un juego
de quillas a un local. Le indiqué que se lo diera a los niños. Y se quedó muy
sorprendido. Allí no hay surfshops.
El Encuentro.
Y justo después tuve una de las experiencias humanas y
relacionadas con el surf más fuertes de mi vida.
6.9.11. Por la tarde..
La magia ha vuelto a suceder. Esta vez no en forma animal, sino en
forma humana.
Tras cocinarme y comerme una txuleta con patatas (el supermercado local
curiosamente es grande y tiene de todo ya que muchos barcos paran a repostar
aquí), y descansar un rato he decidido ir a por una segunda sesión. Estaba más
grande, con un par de metros. Me he ido acercando, cruzando la laguna y he
visto una gran familia de polinesios, grandes y jóvenes. Unos 12. He tragado
saliva y he pensado que era la situación descrita por otros viajeros como
susceptible de tener problemas. Me he sentado abierto en el piko, he esperado y
he sido muy respetuoso. La mirada baja. Sorprendentemente, uno a uno han ido
pasando y dándome la mano. Jóvenes y mayores: -Ia Orana, Ia Orana.
He cedido las olas que tenían un
candidato. He aprovechado cada oportunidad; me he echado a las más gordas,
priorizando la seguridad de los que remontaban. Ojos observaban cada una de mis
olas.
Tras un buen rato la mayoría se han salido del agua. Me he quedado solo
con uno de ellos, al que ya había visto en otras sesiones. Le he seguido para
conocer el mejor camino , la mejor corriente para regresar. Me ha guiado y en
la orilla hemos conversado.
-Llevas ya un tiempo por aquí eh..- Este local averigüé más tarde, es
el hermano de los dos locales más duros de la historia de la isla. Uno vive en
Hawaii ahora y el otro tuvo problemas con las drogas y está en rehabilitación.
-Esto no estaba abierto durante mucho tiempo ¿sabes? Si vienes con
amigos no puedes surfear. Pero si vienes como has venido, solo, con respeto, no
problema. Si tienes novia, la puedes traer también. Sabemos lo que tenemos
aquí. Pero mira a Teahupoo. Nosotros no queremos eso. No queremos vender
nuestras olas, las queremos para nuestros niños. Tú, así, no problema.
Me he sentido aceptado; nunca seré un local, pero que me presten el
derecho a surfear sus olas tras 15 días aquí es todo un regalo. Ahora entiendo
a esta gente. Aunque no justifica la violencia lo que tienen es muy
valioso. Ahora me saludan con un shaka. Nadie
me va a robar las tablas.
Dejé aquella isla viendo el atardecer y a los remeros
polinesios deslizándose con su Va’a sobre una ola gritando de júbilo. La
derecha y la izquierda bombeando. Un delfín y una ballena con su cría se
sumaron a la despedida. Poco a poco, me alejé con un nudo en la garganta.
Y hasta aquí ha llegado esta aventura. Indonesia, Australia,
Nueva Zelanda y Polinesia francesa. Echo de menos algunas cosas, como ver
tantos delfines y tanta vida marina. Los canguros, las historias de tiburones,
las ballenas.. Muchas personas muy especiales que conocí en el camino y
descubrir algo nuevo cada día.
Pero ante todo me siento agradecido. Y muy afortunado por lo
que he vivido. Una experiencia vital que
marcará el resto de mi vida y ha sido, a todos los niveles espectacular. La
gente, todos los amigos, la cantidad de viajeros que hay en el mundo en una
situación parecida a la tuya; las olas, la conexión con la naturaleza, los
animales, la mar.. Estoy orgulloso de lo que he hecho. No lo he hecho ni mejor
ni peor que otros. Los que me precedieron y los que lo van a hacer. Simplemente
a mi manera. Grácias. Espero haberos hecho soñar un poco. Y hasta la próxima.
Consejo 1: Toma el relevo. Te toca a ti.
Consejo 2: La vida en el planeta está conectada. Las
personas, plantas y animales. Lo que se hace en una parte del mundo afecta a
todas las demás. Somos todos muy parecidos, somos seres humanos. Y aunque hemos
de cuidar lo nuestro localmente este mundo es nuestra casa. Reconoce a tus
iguales por encima de las diferencias. Somos todos parte de la vida. Cuida a la
gente, cuida lo que te rodea porque tú eres responsable del trocito de mundo en
el que te ha tocado vivir; cuida el océano, cuida el planeta azul.
5 comentaris:
Que bueno! me dan ganas de ir a meter cuatro cosas en la mochila!! He leído la mayor parte de tu viaje y he soñado con hacer lo mismo. Quizás algún día reúna el valor suficiente.
Un saludo!
Vns.
Grácias por leer Vns. Y por leerlo todo, este era largo..Si lo estás pensando esque tienes el valor. Adelante! A que esperas? Saludos.
kuku.
Gracias a ti por compartirlo!! :-)
Vns.
Eskerrikasko jabi... ederra benetan.
Bidaiatzerko gogo asko jarri dizkiazu...
Bidaia egin Joseba, egan egin!
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