dissabte, de març 28, 2015

1.299 Marruecos 2/3

El swell fue bajando y perdimos un día bueno en el campamento base explorando hacia el Sur. Al menos conocimos Tiznit, donde no había forasteros, un territorio bello y duro a la vez con virtudes y miseria, sin escenarios para turistas.

Los galeses nos dijeron que había estado muy bueno.

Un par de sesiones con mi viejo traje 3/2 mm de primavera me hicieron coger frío en la garganta. El paracetamol, aunque no me gusta medicarme, me acompañó varios días.

Buscamos nuestras olas en Imsouane, más al norte. Cambio de chip. Alquilar longboards y ajustar tu surf a olas tabloneras de ¡300m de largo! Una delicia para los sentidos y buena onda con Rachid, Bob y Omar en el agua, surfistas locales.

El primer día me dediqué a fotografiar a mis amigos ya que ese semi-gripazo me tenía bajo. No siempre se cumple ese dicho común de que el agua cura los catarros y mata los virus. A mi pocas veces me ha funcionado. Un día en seco y calor me fortalece para volver al agua. Así lo hice, pude disfrutar de mi sesión de longboard el segundo día.

Mientras veía a estos piratas disfrutar de olas interminables, (-¡tráeme un café! le gritaba Bob a Rachid al verle coger una ola entre risas) observé a los pescadores entrando a puerto en sus pequeñas embarcaciones de madera de proa alta como una babucha.

Como me gusta curiosear y observar las especies marinas investigué un poco. Llegué a una pequeña lonja donde solo había pescadores locales en un barullo de negociaciones entorno a la balanza. Me colé y fui caminando viendo los peces. Ese primer día vi un poco de todo y pensé que sería agradable comer pescado fresco (busqué tiburones y los ví el segundo día, ver próxima entrada). Finalmente acabé llevándome dos enormes centollos por los que pagué tres euros por los dos a un aitona (abuelo) marroquí.

De camino a la furgoneta entablé conversación con Hussein, un chaval muy simpático al cargo de un pequeño restaurante. Me dijo que los centollos eran algo romántico, que era para una mujer. Me entró la risa y le dije que no tenía mujer, que tenía ¡cinco tios hambrientos! Empecé a caminar pero pensé que quizás Hussein podía cocinarlos para nosotros si consumíamos algo más en su restaurante. Me dijo que ningún problema. Que prepararía unas ensaladas marroquíes, bebidas y unas buenas bandejas de patatas fritas y que nos veríamos en media hora.

Los colegas no pusieron muchas pegas a una mariscada a la brasa improvisada y disfrutamos de una comida muy buena.

Imsouane se convirtió en nuestro destino favorito aquellos días con nuestra pequeña furgoneta. Continuará.

Ondo ibili kukuoyentes de esta emisora imaginaria.

P.D: Un saludo especial a Jon, un euskaldun africano que tuvimos el placer de conocer en Taghazout y que se gana el plato a base de bellos disparos de su cámara. Aupa Jon!