Érase una vez tres pequeños kukurustos, de la tribu de los Kukurusta, cuyo clan les encargó una misión. Para la buenaventura de su pueblo debían encontrar el lugar mágico con nombre santo descrito por las leyendas que corrían desde tiempos inmemoriables. Una vez allí debían surfear sus olas con éxito, salvar sus vidas y regresar con un amuleto que les sirviera para superar toooodas las adversidades venideras. Para ello necesitaban encontrar la manera de rendir respeto y admiración hacia el lugar sagrado...
Los kukurustos llegaron al bosque buscando el lugar mágico con nombre santo. Cogieron solamente sus artilugios indispensables para la travesía y se adentraron en él. El bosque estaba vivo, numerosas especies desconocidas de aves, plantas, ciervos, jabalíes y quién sabe que otros entes les observaban sin mostrarse a cada paso que daban. El lugar era plácido.
Al detenerse en el camino de arena por un momento, solo escucharon a las criaturas que lo habitaban moverse entre los helechos. Un águila desplegó sus alas y emprendió el vuelo entre los interminables troncos de los pinos; se deslizó majestuosamente a toda velocidad entre ellos en línea recta para desaparecer nuevamente.
Siguieron el camino de arena, respirando olores y observando extrañas huellas en él.
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