Los kukurustos llegaron al bosque buscando el lugar mágico con nombre santo. Cogieron solamente sus artilugios indispensables para la travesía y se adentraron en él. El bosque estaba vivo, numerosas especies desconocidas de aves, plantas, ciervos, jabalíes y quién sabe que otros entes les observaban sin mostrarse a cada paso que daban. El lugar era plácido.
Al detenerse en el camino de arena por un momento, solo escucharon a las criaturas que lo habitaban moverse entre los helechos. Un águila desplegó sus alas y emprendió el vuelo entre los interminables troncos de los pinos; se deslizó majestuosamente a toda velocidad entre ellos en línea recta para desaparecer nuevamente.
Siguieron el camino de arena, respirando olores y observando extrañas huellas en él.




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