dimarts, de maig 06, 2008

235 Oholak

Empecé a surfear con tablas cortas. Quizás no eran las más apropiadas para hacerlo, pero era lo que había. Seis tres, seis dos y seis cuatro fueron mis primeras compañeras. Todas de segunda mano.

Me costó ponerme de pié al principio, no teníamos a nadie que nos enseñara, y aunque estoy orgulloso de haber aprendido por mi mismo no me habrían venido mal algunos consejos al empezar. He tenido mis “guías” que han arrojado un foco de luz en el camino. Algunos anónimos y espontáneos y otros buenos amigos como Markos, Lander, Felip, Abel, o grandes profesionales como Dani o Pablo con los que tuve el honor de compartir algunos baños en Cantabria. Por supuesto que se aprende mucho mirando, sobre todo viéndote en video, y después de la depresión inicial, reestructurar tu surf desde lo más básico; pero no hay nada como que te coja alguien que realmente sabe de lo que está hablando, te motive y te corrija “in situ”, es decir, en el agua.

Un día fui a casa de mi amigo Albaro y observé que tenía una vieja tabla a modo de decoración en su dormitorio. Estaba metida en una funda con un estampado de camuflaje militar que había cosido su madre. Tenía una sola quilla muy grande, azul y transparente. Estaba prácticamente nueva, era gorda y ancha a la altura del pecho, afilándose en el tail, el cual acababa en punta. Al lado del alma, había un nombre, Jo Moraitz.

Le pregunté a Albaro si me la prestaba. Él no surfeaba y la tabla era un regalo de su padre, que la usó muy poco. Me la prestó después de rogarle un rato y al final fui al agua con ella.

Flotaba mucho y al principio me sentí un poco extraño. Era casi imposible hacer una cuchara con ese tronco, pero conseguí llegar al piko. La primera vez que remé no me lo podía creer. Con un par de remadas cogía velocidad y salía lanzada. Era muy estable y podías coger las olas más adentro de lo normal. La sensación era increíble. Llegabas hasta la orilla desde el piko más profundo haciendo las olas interminables. Los giros eran mucho más amplios y aunque era menos ágil que las tablas a las que estaba acostumbrado, el estilo que te transmitía era muy enriquecedor. Aquella tabla me descubrió otro tipo de surf, más fluido, más sensorial en sintonía con la ola. Los cut-backs me los marcaba la tabla, parecía como si me susurrara:- sígueme, ahora a la espuma y volvemos a la pared…-Sólo tenía que seguirla.

Me encantaba esa tabla, era mi salvación en los días pequeños de verano. ¡Podía surfear con dos palmos! Pero poco a poco me dí cuenta de que en situaciones de olas más grandes funcionaba también a las mil maravillas, sacaba todo su potencial.

Más adelante probé el longboard, sin renunciar nunca a la tabla corta cuyas maniobras y rapidez nunca han dejado de maravillarme. El long me contó también su propia historia. Era noble y solemne. Una pedazo de tabla dirigiéndose hacia el piko. Las primeras veces clavé la punta, saliendo despedido por encima cruzando los dedos para no ser golpeado por mi propia tabla. Después aprendí a posicionar mi peso y traté de imitar a los otros longboarders caminando hacia la punta. Más adelante me hice con un semi-gun, con el que podía remar mejor las olas grandes y coger más velocidad, pero me costaba girarlo, iba sobre raíles.

Al entrar como monitor en Ravalsurf tuve acceso a un montón de tablas. Una vez arregladas íbamos todos al agua con ellas. Yo solía llevar la mía también y se la prestaba a algún chaval. Me dio por ir probando cada día de olas varias tablas, y era un puntazo. Unas remaban más, otras se clavaban más en la pared, otras, como un long partido por la punta que teníamos, se clavaba siempre de adelante, era como una pala metiéndose en la arena. Si te agazapabas en el tail colocándo todo tu peso allí en el take-off podías conseguir recorrer la ola. También había evolutivas y una especie de fish que nos apañó Tincho con una tabla con el tail destrozado. Era rápida, muy divertida en las paredes, además giraba con fuerza, levantando mucha agua. Cada una de ellas hablaba. Era un entrenamiento buenísimo, tenías que estar alerta a las reacciones de cada shape para adaptar tus habilidades a cada situación.

Cada tabla de surf representa un recuerdo, una memoria de olas cortadas y fluidas por las formas e ilusiones con las que las impregnaron unas personas, unas épocas, modas y creencias. Unos diseños, muchas horas en un taller. Representan el pasado o el futuro. Una tabla recién fibrada y glaseada, pulida y armada con sus quillas es una proyección hacia el futuro, antes incluso de haber sido bautizada con su primera ola, un sueño por cumplir.

La tabla de la imagen es una réplica de finales de los 70, de las primeras shapeadas por Didac Piquer de la factoría Montjuich Surfboards, ubicada en Montgat.

www.montjuichstuff.com

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Aupa Jabi,

muy buen post, me ha gustado mucho. Tienes mucha razon, cada tabla es un mundo y realmente todas las tablas no valen para todos los niveles de surf.
Para mi el objetivo con el surf es disfrutar, y con mi humilde nivel de surf cuanto mas disfruto es con tablas voluminosas, vamos, facilonas, para poder fluir facil por la ola sin grandes maniobras (que tampoco me salen claro!!! jejeje). Por eso yo entro con mi tablon 9,0 o con mi 7,6.
Aunque lo ideal es poder entrar con muchas tablas e ir probando cantos, volumenes, quillas y asi disfrutar con los distintos tipo de ola tambien, y poco a poco ir mejorando el nivel de nuestro surf.
Y por ultimo, mi opinion personal es que las tablas en plan retro (ya sean longborads tipo años 60 o singles de los años 70)me parecen esteicamente preciosas!!!!!

Perry ha dit...

Qué bien explicado!

Muy chulo el post y felicidades por las visitas!